China es un gigante: se mueve, crece, construye y destruye como un gigante. En pocos años ha logrado pasar a la segunda posición en una lucha mercantil por controlar la economía mundial, cuyo líder momentáneo sigue siendo EEUU, el mayor contaminante del mundo (de acuerdo a las tendencias actuales en 10 años China se habrá convertido en la primera potencia económica de la Tierra). Pero, a pesar de toda esa bonanza económica el gobierno chino no hace nada por controlar desastres ecológicos (lo que hace es provocarlos). El ejemplo de la represa de Las Tres Gargantas (que provocó la inundación de áreas arqueológicas con más de 3 000 años de antigüedad y la pérdida de reservas ecológicas y comunidades enteras que tuvieron que ser reubicadas), y el Ferrocarril hacia el Tíbet (mencionado en mi post anterior) son sólo algunos de los 'sacrificios' que China debe hacer para mantener su competitividad comercial vertiginosa. El problema es la sobrevalorización de factores comerciales antes que el bienestar de su propia gente o el medioambiente. Sin embargo, a pesar de todas esas penalidades y carencias, existen todavía héroes, héroes verdaderos que son capaces de seguir sus sueños y cumplir con el cometido por el cual han dado su palabra: proteger al antílope tibetano (chiru) y evitar que sea sacrificado y comercializado para la fabricación de shathoosh (un artículo suntuario apetecido por aquellos capaces de pagarlo y lucirlo sin escrúpulos). La historia habla acerca de los guardianes de este animal, capaces de sufrir los rigores del clima tibetano, tan similares a nuestro altiplano boliviano; carentes de materiales, equipos y armas de defensa contra cazadores furtivos bien equipados, y aún así ser capaces de enfrentárseles en inferioridad numérica para cumplir su tarea: proteger al chiru de ser exterminado. Una historia tan conmovedora que fue incluso convertida en película, Kekexili, múltiple galardonada, como un homenaje a todos esos héroes anónimos del Tíbet.
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