La prepotencia de Estados Unidos como rector de la economía mundial se viene al tacho. Todo el discurso de la libre empresa, del libre comercio, de la necesidad de empequeñecer al Estado y de dejar que la leyes del mercado regulen a la sociedad, se desmoronan con la caída libre de empresas cuyos presidentes se asignan sueldos de 400 o 500 millones de dólares anuales (la friolera de un millón por día), pero no pestañean dos veces para declarar en quiebra sus multimillonarias empresas. Lo que acaba de suceder en Wall Street es un ejemplo más, quizás el más emblemático. Y quién acude en auxilio: el Estado, es decir, los contribuyentes.
El gobierno de Estados Unidos, que no duda en dejar sin seguro médico a millones de ciudadanos, que recorta por done puede los presupuestos dedicados a la salud, educación y a la cultura, tampoco duda en inyectar en un solo día 700 mil millones de dólares... para salvar a los especuladores de Wall Street, porque es necesario tener eso claro: Wall Street, la bolsa, no es más que especulación, no es comercio, no es desarrollo, no es crecimiento, es solamente especulación. En Wall Street miles de millones de dólares cambian de manos todos los días, en forma de acciones. Todas son transacciones electrónicas especulativas.
Lo que ha cambiado de manos en estos días, sin embargo, es otra cosa: dinero contante y sonante de los ciudadanos de Estados Unidos, cuyos impuestos irán a salvar a los más ricos del planeta, para impedir su colapso. De eso, el ciudadano de Estados Unidos no se beneficiará en absoluto pero las 500 empresas de la lista Forbes, las multimillonarias que se pavonean en las páginas de la revista, seguirán enriqueciéndose y pagándose dividendos y salarios fuera de toda lógica de trabajo. Ya decía Bertolt Brecht que no es ladrón el que roba un banco, sino quien lo funda, pero en este caso es aún peor, porque Wall Street es una construcción imaginaria, etérea, de especulación químicamente pura.
Todo el discurso de los republicanos sobre la necesidad de empequeñecer al Estado se revela de un sólo golpe hipócrita y mentiroso. Ahora sí el Estado sirve para algo, para vaciar sus arcas y los bolsillos de los contribuyentes de dos maneras: haciendo la guerra y ayudando a los más ricos. La agresión a Irak, como se sabe también basada en una sarta de mentiras, ha costado hasta ahora 750 mil millones de dólares (a razón de 12 mil millones por mes), una cifra muy parecida a la del "rescate" de Wall Street. Pero no se crea que las quiebras de empresas han costado solamente eso: durante la gestión de gobierno de los republicanos, el Estado ha regalado a las empresas en quiebra cerca de un trillón de dólares. La cifra es inimaginablemente larga en ceros, y en cristiano se traduciría por "un millón de billones", lo cual no facilita las cosas. No puedo encontrar siquiera un elemento de comparación para dar una idea de semejante cifra.
Lo que sorprende en todo esto es que todavía haya gente en América Latina que crea que el liderazgo de Estados Unidos en materia de mercado libre y el dólar como patrón monetario, es algo bueno. Hay que ser pelmazos para confiar en la economía de Estados Unidos, y los propios ciudadanos de ese país lo están sufriendo en carne propia con la crisis inmobiliaria, que los deja sin vivienda de un día para otro.
El desempleo aumenta y las imágenes de gente sin techo escarbando los basureros en plena 5ª Avenida de New York son tan comunes que ya nadie se fija. No es pues un país ejemplar para nada, aunque se vende muy bien, porque la propaganda persiste y prácticamente todos los medios de difusión de nuestra región operan como tamborileros de la "tierra prometida". ¿Será que ahora, con tanta evidencia de fracaso, algunos tendrán la hidalguía de reconsiderar su admiración por el sistema "americano" (que en realidad es estadounidense; dejemos tranquilo al resto del continente).
Con el dólar en el suelo -y empezando a perforar el subsuelo- algunos países de nuestra región se están animando a hacer sus transacciones en Euros, pero hay algunos, como Ecuador, que están francamente jodidos porque apostaron al dólar y se desprendieron de sus propias monedas, vergonzosamente.
Hay un enorme contador digital de la deuda interna de Estados Unidos, en la 6ª Avenida, esquina con la calle 42, si mal no recuerdo. Es la deuda más alta del mundo, al igual que la deuda externa de ese país. Las cifras avanzan rápidamente a la vista de todos los transeúntes que levantan la cabeza; otros ya ni la levantan, porque están deprimidos o porque prefieren encontrar alguna moneda extraviada sobre el pavimento.
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